30 de junio de 2011

El Tercer Reich

El juego, el simulacro y la novela

Manual del uso.

…a través de un movimiento en la entrañas correspondiente a ese juego, constituye todo el deleite –apreciado tan fino y pleno de espíritu- de una sociedad despabilada.

Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar. § 54.

El texto que a continuación se presenta, intenta dar cuenta del modo en que las categorías construidas socialmente –basándose en imágenes estereotipadas y dinámicas de poder- son capaces de ordenar el mundo que habitamos, utilizando un mecanismo de simplificación radical de los fenómenos. El gran curso de la Historia, la gran historia con mayúscula, se ordenará a partir de oposiciones binarias: vencedores y derrotados, civilizados y salvajes, colonizadores y colonizados o globalizadores y globalizados. Mediante este mecanismo de simplificación las ciencias y las disciplinas modernas establecerán límites, trazarán fronteras y delimitarán problemas.

Si las categorías convencionales simplifican los fenómenos, el cuestionamiento más próximo es entonces ¿cómo enfrentar un fenómeno complejo? Y el segundo ¿cómo hacer un texto que no opere simplificando el fenómeno a través de categorías vacías? El texto que sigue, intentará establecer un diálogo entre textos y no un análisis a modo de disección, buscando proporcionar más de una entrada al fenómeno, buscando no simplificar un texto cuya riqueza radica justamente en su complejidad. Siguiendo la propuesta de Marshall Berman[1] creemos que el retroceso podría resultar una manera de avanzar y que la apropiación de las primeras modernidades puede resultar una crítica a las modernidades de hoy, desde esa perspectiva es pertinente que un escrito filosófico de Kant fechado en 1790 pueda dialogar con un texto sociológico de 1978, para proporcionar una aproximación menos rígida, más compleja, menos autoritaria a El Tercer Reich, novela de Bolaño publicada en 2010. La modernidad de Kant y la crítica de Baudrillard puestas en diálogo pueden generar un paper simulacrado, un juego textual que sirva, a su vez, para explicar las leyes de otro juego.

Tablero, fichas y jugadores.

Cuán deleitantes han de ser los juegos sin necesidad de que se tenga que poner allí por fundamento un propósito interesado, lo muestran todas nuestras veladas de sociedad; pues sin juego casi ninguna puede ser entretenida. Mas allí entran en juego los afectos de la esperanza, el temor, la alegría, la ira, el desdén en cuanto cambian sus papeles[2].

Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar. § 54.

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El Tercer Reich, pertenece a una serie de novelas editadas y publicadas tras la muerte de Roberto Bolaño, entre ellas se pueden contar además: 2666, Entre paréntesis, La universidad desconocida, El secreto del mal y Los sinsabores del verdadero policía. Cuya edición póstuma revela, si bien no la calidad del autor, la eficiencia y vivacidad del mercado editorial, por un lado, y por otro, la prolificidad escriturial de Bolaño. Quién, con cada obra nueva publicada, nos muestra que la enfermedad literaria -tan machacada en artículos periodísticos y biografías- que le impedía disociar literatura-vida o que el reiterado uso del adjetivo “inagotable” por parte de críticos, reseñistas y colegas gremiales para referirse a su obra no son solo eslogans publicitarios de la maquinaria editorial, sino, una especie de consigna que ofrece una sensación similar a la esperanza para aquellos lectores afectados por la misma enfermedad.

El Tercer Reich, escrita en 1989 y publicada en 2010, relata -a modo de diario de vida- las vacaciones de Udo Berger, funcionario administrativo de la compañía de electricidad de Stuttgard y ludólogo alemán, en algún lugar de la costa brava junto a su novia Igenborg. El diario relata los acontecimientos acaecidos desde el 20 de agosto hasta el 20 de octubre de algún año anterior a la reunificación alemana. Udo e Igenborg pasan sus días entre la playa y la terraza del Del Mar, el hotel donde hospedan, un lugar conocido por Udo durante su infancia y del cual recuerda sobre todo su dueña y administradora: Frau Else, bella y enigmática mujer, por quién Udo siente un deseo adolescente, incitado al parecer, más por sus recuerdos que por las características de su reencuentro. La presencia de Frau Else está siempre fijada en el margen del relato, como si se encontrase tras un velo, a la expectativa que las acciones se desaten.

Las actividades turísticas de Udo pareciesen ser normales para un vacacionista de veinticinco años: discotecas, paseos, amaneceres y borracheras junto amigos casi desconocidos (Charly y Hanna, igualmente jóvenes turistas alemanes). Sin embargo, estas vacaciones incluyen la escritura de un artículo para una revista sobre una innovadora estrategia para jugar El Tercer Reich, un war-game, que incluye tablero y fichas que simulan los ejércitos participantes de la segunda guerra mundial. El desarrollo de este juego se convierte en protagonista del relato, tornándose cada vez más complejo, al pasar de sólo ser el entrenamiento y diseño de una estrategia a una partida real, al contar con un inesperado contrincante: el Quemado -un indigente latinoamericano, que habita en la playa y administra el arriendo de unas pequeñas embarcaciones recreativas, cuyo cuerpo está desformado por enormes quemaduras- obligando a Udo a extender sus vacaciones, separarse de su novia, desinteresarse de Frau Else, de su trabajo y del torneo alemán de war-games. Udo intentará cambiar la historia de la guerra jugando de manera experta y elegante con las fichas del ejército alemán, avanzando con pericia y rapidez por el mapa de Europa, no obstante, el Quemado se encargará de mantener el curso de la historia sobre el tablero. Los contrincantes jugarán hasta la Gran Destrucción, nombre obtienen las partidas jugadas hasta la eliminación de uno de los participantes.

Despliegue.

El juego de ingenio […] se origina meramente en el cambio de las representaciones en la facultad de juzgar, a través del cual no es generado, por cierto, ningún pensamiento que trajese consigo algún interés, pero el ánimo es vivificado.

Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar. § 54.

El tiempo cronológico que transcurre en el relato es de dos meses, respetando –la estructura corresponde a un diario de vida, fechando día a día- con regularidad desde el 20 de agosto hasta el 30 de septiembre de un año indeterminado. No obstante, bastan al narrador tan solo tres días para desplegar el tablero en el que se jugará el relato, en tres días presenta a Udo Berger por completo: alemán, veinticinco años, independiente, ludólogo (campeón regional), hijo de una familia tradicional, un hermano, una novia, un amigo, feliz (siente que está en el mejor momento de su vida), hablante competente en tres idiomas, responsable, detallista, protagonista del relato, narrador en primera persona. Esos tres primeros días corresponden a las primeras cuarenta páginas de un total de trescientas sesenta. Udo presenta su vida, su novia, amigos, deseos y temores, sin embargo, es posible identificar tras ese despliegue una entrada estratégica a modo de juego, una entrada falsa, una apariencia, un simulacro.

En este primer avance del juego, las fichas que se presentan son: Igenborg; joven, alemana, bella, amistosa, lectora ocasional de novelas simplonas, perezosa. Charly; joven, alemán, obrero, deportista, borracho, grosero, fiestero descontrolado, violento en latencia. Hanna; joven, alemana, un hijo, bella –aunque no tanto como Igenborg-, novia enamorada de Charly, vulnerable e inocente. Frau Else; enigmática y bella mujer alemana, al menos diez años mayor que el resto de los personajes, casada, sin hijos, dueña del hotel que hospeda a Udo e Igenborg, pareciese que escondiera un secreto. El Quemado; latinoamericano de nacionalidad indefinida, musculoso cuyo cuerpo está desfigurado por quemaduras de las cuales no se conoce el origen. El Lobo y el Cordero, jóvenes españoles que tienen trabajos esporádicos, guías turísticos improvisados, que dedican la mayor parte de su tiempo a estar de fiesta por los bares del pueblo.

Se dispone en un tablero -en el cual no se establece ni lugar ni tiempo determinado, un tablero no-lugar en términos de Marc Auge, debido a su carácter transitorio y fútil- un conjunto de fichas-personajes que operan desde las figuras estereotipadas que representan. Los días pareciesen deslizarse sin que nada sucediese, pero a la vez se genera un clima en el cual ellos estuviesen destinados a la gran destrucción, a la eliminación total de uno de ellos. A partir de esta entrada se proyecta una novela articulada y simulada como si fuese una flecha directa, una novela de Florean Linden (escritor de novelas de detectives, cuyas fáciles historias lineales cautivan a Igenborg) inventado repetida, maqueteada y predecible, un ataque irrefrenable del cual nuestros personajes no saldrán ilesos. Se establece un juego de estereotipos que genera expectativas del lector a través del desarrollo argumental, pero el juego supera este nivel. Ya el tablero está desplegado, las fichas están dispuestas y el autor ya hizo su primer movimiento es ahora el lector quien debe buscar la forma de eludir esta entrada innovadora y asumir por completo su acceso al juego, hacer la lectura del simulacro.

Hablamos de simulacro pues, el significado que desarrolla Baudrillard en La precesión de los simulacros, problematiza y cuestiona la diferencia de lo verdadero y lo falso, difuminando la frontera que separa a estos conceptos, haciendo transitar la verdad hacia la apariencia de las cosas, relegando la esencia platónica o la sustancia aristotélica a un terreno imaginario, construido y desaparecido. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad[3]. Los mapas –siguiendo el cuento de Borges- son hoy el vestigio de que el mundo puede ser recorrido, por lo tanto adquieren un valor de realidad superior al del territorio mismo. Al sujeto contemporáneo el mundo no se le presenta, sino, se representa, negando incluso, el acceso primigenio a lo real, el mundo wireless-satelizado y toda su mediación tecnológica invalidan e imposibilitan el ver por primera vez. Por lo tanto, si el mundo no es presentado sino representado, para el habitante contemporáneo el conocer es un mecanismo ilegítimo o falseado, mientras el reconocimiento está mucho más cerca de la verdad. El mundo y los objetos ya no se conocen, sino se reconocen. Es por esta razón que el despliegue inicial de la novela parece tan cercano y verdadero, pues en ella se articulan personajes y acciones con características fácilmente reconocibles, haciendo posible la proyección, a partir de estas figuras estereotipadas, de árboles semánticos o líneas asociativas que contribuyen a anticipar la próxima jugada.

La figura de Udo Berger, por ejemplo, tendrá un valor de verdad en cuanto a las categorías aparentes que él comporta. Desde una perspectiva estructural Udo será el narrador y protagonista del relato, cargará entonces con la categoría arquetípica de héroe y tan solo nos bastará avanzar en las páginas para identificar si el proceso que le espera en el desarrollo argumental corresponde a un proceso de mejoramiento o degradación. Desde una perspectiva hermenéutica, la significación que adquiere su nacionalidad sumado a las características del juego (alemán, juego, ejército, guerra = nazi) configuran un personaje paradojal: un héroe que carga con un valor altamente negativo. Así mismo no es posible catalogar a Berger como un antihéroe, puesto que, estas características no le pertenecen, ellas están instaladas en la construcción del imaginario social, no es él el portador de la maldad, sino que este valor pertenece a un desplazamiento de significado, del cual Udo es absolutamente inocente. Incluso, se podría establecer que este desplazamiento se produce al exterior de la novela, pertenece a la partida que autor y lector están jugando.

Este ejercicio es posible de ejecutar con todos los personajes: Igenborg será una pasiva y bella amada; el Lobo y el Cordero, malvados antagonistas criminales; Frau Else será una especie de femme fatale, mujer oscura capaz de desatar la fatalidad en latencia; Hanna y Charly, cumplirán su rol siendo víctimas de la maldad de los antagonistas. La única pieza que no funciona en este esquema es el Quemado, de él no se entrega la información necesaria para etiquetar una categoría específica que permita identificar cual será el rol que cumplirá en la proyección del relato, en la próxima jugada. Del Quemado solo se tiene una imagen, la de un cuerpo deformado: perder un brazo o una pierna es perder una parte de sí mismo, pero sufrir tales quemaduras es transformarse, convertirse en otro[4].

Repliegue.

En todo lo que deba incitar a una risa vivaz, convulsiva, tiene que haber algo de contrasentido (en lo cual, por tanto, no puede el entendimiento encontrar complacencia). La risa es un afecto debido a la transformación repentina de una tensa espera en nada.[5]

Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar. § 54.

La partida está iniciada, el juego está abierto, sin embargo, la jugada siguiente es el vaciamiento absoluto de significado. En este no-lugar, nada ocurre, nada pasa. Las acciones pareciesen tensionarse, sin regreso, hacia un desenlace devastador, no obstante, la acción se diluye en nada. La proposición kantiana ofrece el contrasentido –en el contexto del juego- como una superación del entendimiento, tal como “lo Sublime” pero moviendo otro afecto; ya no el horror, sino la risa. Si bien el texto de Bolaño no es un texto humorístico, opera desde un mecanismo similar: la transformación repentina de una tensa espera en nada. La novela se pliega sobre sí misma. La femme fatale es inofensiva, la bella abandona al héroe; Charly, la víctima, no es tal pues su muerte es provocada por su propia imprudencia, los antagonistas no eran más que bribones con ganas de emborracharse y el héroe-protagonista-narrador pareciese no ser el eje articulador del relato.

El tablero se ha plegado sobre sí, las categorías que ordenaban el argumento han desaparecido. La verdad, la referencia, la causa objetiva, han dejado de existir definitivamente. ¿Qué puede hacer la medicina con lo que fluctúa en los límites de la enfermedad o de la salud con la reproducción de la enfermedad en el seno de un discurso que ya no es verdadero ni falso?[6] La pregunta de Baudrillard está dirigida a la medicina, pero vale también para la literatura. ¿Qué puede hacer la literatura con lo que fluctúa en los límites de la ficción o de la realidad? Más aun si esta última se constituye a partir de una serie de categorías estereotipadas que ya han desaparecido. Aparece entonces una novela otra, constituida solo por el desarrollo de la partida de El Tercer Reich entre Udo y el Quemado. Esta novela otra, parte de la negación absoluta del valor del signo, entendiéndose esto como la eliminación de toda referencia: ya no importa la nacionalidad, la edad, ni la apariencia, el rol o la función que estos personajes cumplan dentro del relato. La novela se vuelve un tablero cuadriculado, una abstracción alejada de toda particularidad, por lo que logra un desplazamiento hacia la universalidad, ya no es un mero relato o una historia que contar, sino discurso que permanece inmóvil a medida que avanza.

La estructura rompe su lógica temporal, intervienen intempestivamente algunas entradas en el diario fechas y lugares que no corresponden a la cronología planteada al comienzo: Primavera del 42, Anzio. Fortress Europa. Omaha Beachhead, Otoño del 42. Invierno del 42. Vida y juego se han (con)fundido de manera definitiva, ya no hay límites entre realidad y ficción, se han sintetizado incluso los dos planos de ficción dentro de la novela, ya no hay referente, ni coordenada: El simulacro se ha consolidado abarcándolo todo.

Movimientos y contramovimientos previstos.

Debe, pues, consistir la causa en la influencia de las representaciones sobre el cuerpo y su efecto recíproco en el ánimo; y ciertamente no en la medida en que la representación objetivamente sea un objeto de deleite (pues ¿cómo puede satisfacer una espera defraudada?)

Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar. § 54.

Entre los jugadores se establece una relación familiar enmarcada por el terror y el silencio ¿qué los une? ¿Qué buscan en el juego? ¿Qué sentido tiene esta partida? Udo también se lo cuestiona, y la respuesta la logra atribuyéndole un carácter de descenso metafísico ¿Cuántos piensan de verdad lo que escriben? ¿Cuántos lo sienten? […]¿Cuántos han mirado el abismo?[7] El descenso que se intuye aquí no es el relacionado al mito órfico, pues no se vislumbra un ascenso posible, ni regreso, ni crecimiento. Puesto que tanto Udo como el Quemado, en cuanto sujetos o fichas de juego no tienen mayor expectativa que el juego mismo.

En la entrada del diario correspondiente a “Mis Generales Favoritos” Udo escribe de sus fichas más importantes, sus generales, su inspiración en el juego: Ni en ellos ni en los otros demando perfección; me quedo con los rostros, abiertos o impenetrables, con los despachos, a veces solo con un nombre y un acto minúsculo[8].De los generales que “forjaron la historia”, que hicieron la guerra que reordenó el mundo o que lo dividió en estes y oestes, Udo prefiere rescatar los actos nimios, lo pequeño, la fractura mínima, ya no el gran relato ni la figura heroica que ellos representan. Ya no hay fe alguna en los metarrelatos, solo quedan los hechos pequeños, no recolectados, fragmentos sueltos que constituyen un todo imposible de reconstruir. La vida particular e insignificante adquiere valor frente al discurso histórico convencional, la vida y la historia como el tablero de un juego sin héroes ni protagonistas. ¿De qué sirven, entonces, estos generales y este juego? ¿Qué tienen que ver con este hotel que se cae a pedazos? Nada (dirá Udo al final de ese capítulo), pero ayudan; confortan.

La novela misma pareciese quedar sin protagonista, ni héroe, sin procesos de degradación o crecimiento. Irrumpe entonces el sueño, la locura y la soledad a llenar el vacío del relato, que queda inundado por un montón de cabos sueltos (la relación con Frau Else, la oscura presencia del marido moribundo, el sexo con Clarita, la aparición de Alfons) que no logran unirse, la novela se vuelve irregular y la tensa espera que se resuelve en nada. En la nada absoluta y vale ahora para el relato la primera imagen que se nos ofreció para el Quemado: quien sufre tales quemaduras es convertirse en otro. En este proceso de transformación o de contramovimiento estratégico, el Quemado asume el rol protagónico. Su figura deformada esconde el centro de la novela, su figura deformada es una figura metafórica de toda la estructura narrativa levantada antes, que no es, sino, una partida falsa, un montaje desplegado, un escondite.

El Quemado comienza a adquirir una profundidad y riqueza inesperada, en silencio, este lector asiduo de poesía cerca a su contrincante, quien debe replegar su ataque, sin entender muy bien que está pasando. Ríndase, empaquete, pague se cuenta y márchese se le advierte a Berger, pero él sigue sin comprender que lo que está jugando es su vida, la única pertenencia de quienes nada tienen. Peligroso e inteligente el Quemado comienza a cernirse sobre Udo, quien debía ser nuestro héroe y ahora no es más que un condenado a muerte y quien era tan solo un personaje secundario adquiere protagonismo que intenta tomar en sus manos el curso de la historia. Vencerán a Alemania otra vez, los vencedores ejercerán una justicia que arrase con los derrotados, dividirán el mundo, ordenaran en ejes invisibles el territorio y pintaran los mapas con nuevos colores.

El juego comienza a acabar, las cuadrículas del tablero han sido agotadas, ya no hay más jugadas posibles. Se descuidó a Turquía, el ejército ruso avanza por Alemania, cae Berlín. Los pliegues se han agotado y asistimos al sacrificio del vencido. Sin embargo, no hay sacrificio, ni venganza, ni nazi, ni justicia. Hay lluvia, oscuridad y una pequeña luz al interior de la estructura de embarcaciones en donde vive el Quemado, Udo, lanzado dentro de la estructura, espera con terror el desenlace de su derrota, un desenlace que nunca llega. El vencedor solo espera sentado bajo la lluvia que inunda la playa. Todo se termina con un adiós en la lejanía y la entrega del juego en una bolsa a modo de ofrenda para el vencedor.

Berger volverá a Stuttgard en automóvil, visitará a sus amigos que lo seguirán creyendo un campeón, visitará sin muchos deseos a Igenborg con quien se , no escribirá artículos ni ponencias sobre juegos, asistirá a congresos en los cuales no participará. Desde ahora parecerá un espectador perpetuo, un espectador que nadie percibe y cuya presencia o ausencia no importará mucho a nadie.

Sobre las últimas páginas una pregunta resuelve el fin de la novela. ¿Qué fue lo que realmente te sucedió? Inquiere Hanna a través del teléfono, en medio de una conversación cuyo tema central ha sido el regreso a Alemania del cuerpo Harry en una bolsa pequeña, ¿qué fue lo que realmente te sucedió? –insiste- La pobre Igenborg se lo creyó todo, pero yo soy más vieja. Incrédula, busca una respuesta convincente que justifique la estadía prolongada e innecesaria de Udo en España. La respuesta es honesta y verdadera: Nada. ¿Qué te pasó a ti?



[1] Cfr. Marshall Berman. La modernidad: ayer, hoy y mañana. En, Todo lo sólido se desvanece en el aire. Editorial Siglo XXI. 2006.

[2] Crítica de la facultad de juzgar. Immanuel Kant, traducción de Pablo Oyarzún. Editorial Monte Ávila, 1992. § 54.

[3] Jean Baudrillard. Cultura y Simulacro. Editorial Kairos, Barcelona. 1998. pág. 9.

[4] Roberto Bolaño. Op. cit. pág. 35.

[5] Immanuel Kant. Ibid.

[6] Jean Baudrillard. Op. Cit. Pág. 14-

[7] Roberto Bolaño. Op. cit. pág. 246.

[8] Roberto Bolaño. Op. cit. pág. 282.

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