11 de junio de 2011

Carne de perro

Basándose en las nuevas y asombrosas posibilidades que la tecnología ofrece para articular un relato, los defensores de lo “microanimadodígito3-D”, se suman al ya reiterativo y constante pronóstico –o decreto- de la muerte de la novela en cuanto género, objeto u obra. Se propone que estas novedosas posibilidades narrativas pareciesen siempre ser más atrayente que las encanecidas características formales decimonónicas en las que se encuentra encerrada la novela. Desde está racionalidad, la novela, para el público lector “moderno” -que, caricatura mediante, es descrito como un enorme grupo desinteresado, torpe e incapaz- aparece como un fenómeno incomprensible, complejo e improductivo que hay que reducir, resumir y eliminar. La novela, no obstante, continúa configurándose como un género capaz de relacionar de forma directa al lector contemporáneo con algunos sucesos particulares y nimios que no son incluidos en el gran relato de la historia, pero que aparecen como hechos fundamentales para aquel que las escribe. La novela, entonces, es capaz de articular la cosmovisión de un sujeto en particular, la cual es ofrecida en diálogo óntico/ontológico para un otro azaroso, para quién, quizá, este diálogo pueda brindar una profundidad y textura mayor que la ofrecida por la impostada voz monológica de la Historia que se presenta siempre íntegra y pulcra, sin pliegues ni fracturas.

En esta búsqueda de generar una voz particular hay quienes se empeñan en publicar, editar e incluso escribir novelas; hay también otro tanto empeñado en leer, analizar y escribir sobre novelas, buscando comprender lo que en ellas está contenido e intentando ofrecer una aproximación que facilite –o bien, complique- la comprensión de otros.

La novela Carne de perro, del escritor chileno Germán Marín publicada en 2008. está compuesta de tres elementos u organizaciones textuales: la dedicatoria, la narración central y el colofón. Si bien este trabajo concentrará, en primera instancia, en la narración central por ser el elemento más extenso, este informe considera a los demás elementos textuales como componentes de la obra narrativa y no como elementos complementarios o paratextuales. Tanto la dedicatoria, como el colofón e incluso el epígrafe son considerados como elementos constituyentes de la narración, que se articulan para dar forma a la obra.

La narración protagonizada por Ronald Rivera, un joven “extremista” que se encuentra agazapado en la techumbre de zinc de una casa humilde en Conchalí, durante la noche del 12 de junio de 1971, a la espera del asalto de las fuerzas armadas, quienes controlan la ciudad desde la legalidad, puesto que en Santiago se ha decretado estado de excepción debido a los eventos desatados por el mismo protagonista algunos días antes. Ronald espera armado que el cerco desmedido impuesto por los carabineros, la policía de investigaciones y el ejército se desate, cobrando la vida adeudada, asegurando el orden y reestableciendo el estado normal de las leyes que garantizan la convivencia entre los ciudadanos.

En esta espera hacia la muerte, Ronald es acompañado por su hermano Arturo y su mujer Natacha, quien se encuentra embarazada desde hace ya cinco meses. La plancha de zinc enfrentada al cielo de Conchalí sirve de plataforma espacio-temporal, desde donde se articulan una serie de analepsis que relatan de forma breve como fue configurándose –como un presagio- la historia para llegar hasta este momento cargado de fatalidad. Utilizando el recuerdo del protagonista como mecanismo, se narra, a modo de racconto y de manera serial -aunque sin respetar ningún orden cronológico- relatos que se intercalan en la espera fatal de esa noche de junio de 1971; el asesinato de Pérez Zujovic, el asalto de la armería italiana y la confitería don Raúl, la forma en que fue habitada la casa de la calle Alvarado simulando una vida normal sin que los vecinos pudiesen sospechar nada.

Los quiebres temporales tienen como punto de partida y regreso la techumbre de zinc con el cuerpo agazapado de Ronald, cada uno de estos relatos pareciese además ofrecer una imagen más degradada de él, que transita desde un ajusticiador ideologizado, hasta un delincuente común, desplazándose desde la figura de un hombre destinante, capaz de hacer por mano el futuro, hacia un hombre simple y forzosamente destinado, condenado a ser pobre, huérfano y abusado. Con este desplazamiento lo que se degrada además es la sociedad que alberga al protagonista, la cual se desmorona moralmente: articulando mecanismos legales para usar la fuerza de manera desmedida e irracional, cobrando vidas, torturando e implantando el terror como si fuesen medios legítimos de nivelar una balanza descontrolada.

Solo las armas podrían salvar al pueblo de la miseria, meditaba Ronald mientras acariciaba con el índice el acero de la Luger que empuñaba. Estaba decidido a seguir adelante, pues condenado a expiar el ajusticiamiento de Pérez Zujovic, no le importaba que su muerte fuera un salto al vacío que mañana nadie recordaría. (pág. 45)

Ni siquiera el cronista más ocioso o más prolijo de los años setenta, continúa el párrafo, dará alguna importancia al sacrificio de Ronald. El texto revela así, quizá la verdadera intención de la novela, dar cuenta de sucesos pequeños que son absorbidos por el gran relato de la historia, siendo relegados al olvido. Esto se refleja además en la convivencia de voces narrativas: por un lado predomina un narrador en tercera persona omnisciente, capaz de anticipar los sucesos –tanto de la narración, como de “la historia” extra-narrativa-; por otra parte, este narrador se confunde o se funde con un narrador intimista, en primera persona que aunque no siempre puede reconocerse como el protagonista, se asocia a una participación directa en cada uno de los relatos que se intercalan, es decir Ronald es quién narra cada uno de sus recuerdos, mientras un cronista ocioso y prolijo intenta dar valor a este pequeño suceso olvidado, a esta muerte inútil, a este asesinato legalizado.

Esta convivencia de voces narrativas se hace más compleja a medida que avanza el relato, al comienzo, cada capitulo corresponde a un narrador, pues o se narra la espera de Ronald sobre la techumbre o se relata algún acontecimiento pasado que se desencadenaría en la fatalidad del protagonista, sin embargo estas dos voces comienzan a convivir y confundirse, generando falsos errores de correspondencia gramatical debido a la superposición de realidades.

Iba después de almuerzo, casi un adolescente, en compañía de los hermanos, menores que él, mientras su madre, artrítica ya, se adivinanaba detrás de nosotros laboriosa y cansada […] Arturo y yo con la misma ropa del uniforme escolar muy bien planchada para la ocasión. Pero antes de desaparecer por completo el recuerdo, Ronald advirtió… (pp. 46-47)

Esta superposición de realidades se hace manifiesta en la novela propiamente tal en el último capítulo, correspondiente al número ocho, subtitulado como “panfleto”. En el cual el narrador omnisciente se revela de manera definitiva como cronista de los años setenta y pareciese hacer una revisión de los sucesos acontecidos en ese contexto: el asesinato de René Schneider, la nacionalización del carbón, el salitre y el hierro, la expropiación de la Sociedad Ganadera Tierra del Fuego (el latifundio más extenso del mundo). Sucesos entre los cuales la muerte por ajusticiamiento de Pérez Zujovic es una pieza más de la reconstitución histórica, sin embargo el texto vuelve a flexionarse sobre sí y cierra el círculo de los personajes que protagonizan la novela; la historia de “el viejo” que busca vengar a sus compañeros asesinados en la techumbre de zinc de una casa de Conchalí. El viejo ataca solo el cuartel general de Investigaciones, provisto de dos metralletas y un cinturón de dinamita, cinturón que aseguró su desaparición definitiva y privó incluso de su cadáver al enemigo.

Este último capítulo se desliga del núcleo narrativo desarrollado hasta este punto pues, el narrador, nuevamente se desdobla hacia su rol de cronista, aunque ya no solo para instalar a los personajes en la historia, sino, para instalar de manera consciente a estos sujetos en el espacio literario. La voz narrativa desplaza el sacrificio estos hombres y mujeres, desde la crónica histórica o periodística a los protagonistas de la literatura de Dostoievski, Conrad y Arlt como sujetos cuyas causas perdidas aparecen y desaparecen sin continuidad lógica.

Esta superposición de realidades y de voces narrativas se vuelve aun más compleja cuando consideramos como elementos constituyentes de ella el epígrafe, la dedicatoria, los tres textos que componen el colofón y las fechas con las cuales se datan cada uno de los escritos. Estos elementos nos proponen una disyuntiva, pues, si bien no pueden ser considerados como elementos narrativos propiamente tal, tampoco corresponde a información paratextual como la portada o la contraportada, sino que están mucho más cerca de la narración y colaboran con la comprensión global del texto.

La dedicatoria es una breve narración de los hermanos Robledo, de quienes no se ofrece más información que una dedicada vocación al fracaso, entendiendo esté como una opción vital hacia el extravío, el viaje y la vía peligrosa. Una negación hacia la vida lineal, exitosa y tediosa. En esta micro narración los hermanos Robledo son presentados como héroes que no aceptaron la determinación monológica del “sentido de la vida”. El colofón se compone de tres textos breves, los cuales fechan a Carne de perro como una novela escrita en 1983, publicada por primera vez en 1995, revisada, modificada y ampliada durante el 2002 y reeditada el 2008. Pero, como ya se ha dicho más arriba, consideramos la obra como un universo cerrado donde, contrastar la veracidad de cada uno de los comentarios o fechas, no tiene mayor sentido, puesto que no ofrecen información relevante, e incluso pueden confundir el sentido y la dirección del texto.

Si estos elementos los consideramos como partes de la estructura narrativa, está se torna más rica y compleja, ya que no tan solo aparece la voz del autor, sino las de Deleuze, Foucault, Valèry, Shakespeare, Joyce como elementos intertextuales, a manera de cita. Transformando la narración desde la linealidad hacia la figura del collage, configurado por la apropiación de diversas voces que destemporalizan la historia que se narra, haciéndola actual, rizomática y ontológica. Permitiendo abrir su significación, validando la voz del lector, invitando a comentar la historia de los hermanos Rivera, quienes murieron asesinados legalmente por el estado. Si esta conjunción de voces no nos ayudan a comprender esta paradoja absurda, verdaderamente estamos perdidos, y, tal como determina Joyce en el epígrafe que abre la novela: la historia es verdaderamente una pesadilla de la cual debiésemos despertar.

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